SOY LA PERVERCIÓN DEL JEFE

Capítulo 1 Introducción

Estar en cuatro patas es algo que eleva mi libido por los cielos. Debo admitir que me excita de manera exacerbada.

Quiero levantar mi cabeza para ver quien acompaña mi fantasía, pero me hala hacia abajo con la correa y es ahí que me doy cuenta de que llevo collar.

Magnífico.

Me gusta.

Sonrió casi de inmediato y con mis uñas surco lo acolchonado del suelo.

Él se inclina hasta la altura de mi oreja y susurra—: Las putas no miran a los ojos a sus amos.

Sus palabras golpean en mi cráneo con fuerza y mandan sensaciones eléctricas hacia cada recoveco de mi cuerpo, alojándose con intensidad en mi centro.

Meneo mis caderas de una manera muy visible, buscando que mis fluidos mojen y resbalen contra mi clítoris sensible; jadeo sin ocultar lo que esto me está provocando.

Vuelve a tirar de la correa haciendo que levante la cabeza y como deseaba, Sebastián me acompañaba en esta locura.

Le sonrió descaradamente y muerdo mi labio inferior, él solo me observa el torso fijando su atención en mis pechos. Casi una línea que interpreto como sonrisa se forma en sus labios y de pronto me ordena algo que no soy capaz de entenderlo a primeras.

—Ofréceme tus pechos.—Como ve que arrugó el entrecejo me da indicaciones—. Arrodillada, con piernas juntas y las manos en los glúteos. Hombros hacia atrás elevando el busto. —Escucho atenta su orden y ya puedo imaginarme en esa postura; soy un río de fuego quemando mis partes intimas–. Espérame así.

Él desaparece de mi visión y yo paso a colocarme en la postura que me ordenó. Cuando él regresa, trae consigo unas pinzas unidas a una delicada y llamativa cadenita.

—Eso es para los pezones —digo, demostrándole algo de conocimientos sobre el instrumento, él de un solo movimiento lleva sus dedos a mi pezón y sin piedad lo pellizca rogándole un grito de dolor, pero con cierta carga de excitación.

—Hablas si lo ordenó. Tu desobediencia va a costarte caro—amenaza y mi lado perverso salta de alegría. Quiero ser castigada.

No digo nada y dejo que me someta.

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Toma una de las pinzas y la ubica sobre mi pezón; él frío metal hace que se endurezca un poco más y clave mis uñas en mis glúteos, echando la cabeza hacia atrás por la sensación excitante que me provoca. Inmediatamente él incorpora la postura deseada tirando para sí la correa.

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—No puedes moverte sin que yo lo ordene. —Acato su orden. Abre las pinzas y la cierra mordiendo mi pezón provocando una acción que no pude controlar; grité. —¿Te duele?

—Un poco— respondo mordiéndome el labio.

—¿Un poco? —me pregunta, y como se ve intuyo que querrá hacerme sentir intimidada, pero lejos de doblegarme, intento seducirlo con una de mis miradas más calientes.

Lo que más me calienta de este tipo es que no se le mueve un solo pelo. No sé si está enojado, excitado o simplemente no siente.

Su rostro inexpresivo me calienta de un modo en el que deseo llamar su atención, deseo descubrir aquello que pasa por su mente, pero no me deja entrar.

Perdida en mis pensamientos, en cómo sus labios se mueven con lentitud es que me voy acercando sin tener poder sobre mi propio cuerpo.

Sebastián es un imán que me envuelve y me atrae hacia él.

Creo que algo que me pregunto, puesto que por su postura corporal, ha de esperar a que le diga algo, sin embargo me mantengo en silencio.

—¡Ay! —llama mi atención tirando con fuerza la cadenita y estirando mis pezones.

—Responde a mi pregunta —exige con fuerza y yo no sé que decirle. —No me has oído ¿verdad? —él silencio responde por mi. —Ay, Ariana. Tendré que castigarte.

Escucharlo hace que toda mi atención se centre en las sensaciones de mi cuerpo. Estoy ansiosa por sentir cómo va a castigarme.

Se puso de pie y desapareció de mi vista, no sin antes advertirme que me mantenga en mi posición.

«¿Vas a hacerle caso?» me seduce mi consciencia sabiendo que claramente no lo haría.

Me volteo encontrándome con su espalda.

¡Dios, qué espalda!

De solo imaginarme abrazada a él mientras se clava profundamente en mi cuerpo no hace nada más que regalarme punzadas en lo más hondo de mi cuerpo.

La fantasía palpita en mi clítoris

Sus glúteos, bien trabajado supongo, me incitaban a tocarlos, lamerlos e incluso morderlos. Debo admitir que suelo ser juguetona en el sexo y uso los dientes muy a menudo.

Abre un cajón y no logro ver qué hay dentro, pero se ve concentrado en lo que busca.

De pronto veo que mete su mano y saca de allí … ¿Un rollo de papel film?

Me giro de inmediato y frunzo el ceño. Intento buscar dentro de mi cabeza, en todas las películas que vi, si hay algo que relacioné con ese papel, pero no.

—Te dije que te mantuvieras en pose —dice parado cerca de mí y tiemblo de deseo ante su imponente presencia. —Debes disculparte —me ordena y yo levanto la cabeza, pero de inmediato se inclina y sujeta mi cabello en una sola mano y me pone de pie.

Violento; me gusta.

Me mira de arriba abajo con deseo y luego me toma del cuello ejerciendo presión.

Siento que me asfixio, mi piel se pone roja y pese a que estoy al borde de la inconsciencia por la fuerza con la que me ahorca logra excitarme como jamás podría imaginar que pasaría.

Una vez que me suelta, me ordena arrodillarme y ni bien lo hago extiende su mano y dice—: bésala. —Lo hago, deposito un casto beso en el dorso de la mano, pero él hunde sus dedos en mis mejillas y hace que abra mi boca, para luego corregirme—. Las perras así no besan.

Se a lo que se refiere y me derrito por su trato.

Tan pronto me suelta, saco la lengua y él extiende sus brazos, yo me siento sobre mis talones y paso mi lengua por el dorso de la mano.

—Buena chica —me alaga y acaricia mi cabello, luego toma la correa de me hace caminar a su lado alrededor de la habitación.

Me siento caliente y estúpida, pero a la vez deseo saber qué me hará.

Cuando llegamos a la cama, una circular con sabanas de seda en color azul marino, tira de la correa y comprendo que quiere que me suba.

Gateo hacia arriba hasta quedar sobre el colchón.

—Ofréceme tus partes —me ordena y empino mis glúteos para deleitarlo con mis fluidos, los mismo qué él me ha provocado.

Sonrío y me aferro a las sábanas y espero algún toque suave, una caricia e incluso su áspera lengua recoger mis jugos. Sin embargo, no lo hace, y no logro ser consciente del casi impersiptible contacto con mi zona sensible, que me introduce de una sola estocada algo frío.

—¡Dios! —grito y mis piernas me fallan, pero de un ágil movimiento hace que quede bocabajo y esa cosa dura dentro de mí.

—Que lubricada estás —me dice con voz ronca mientras hace presión con esa cosa dura contra mi cuerpo.

—¿Qué me metiste? —preguntó como puedo, mientras siento entrar y salir eso de mí.

Tirito ante la sensación fría de ese objeto abriéndose paso dentro de mi vagina.

Con mis paredes intento apretarlo, pero me confundo en las sensaciones. A veces frío, a veces calor.

—Un consolador hueco de metal —habla y yo giro mi cabeza para mirarlo, él continúa hablando—: Eso helado que sientes dentro de tu vagina, es porque dentro del objeto hay agua congelada.

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El calor de mis fluidos más el frío del objeto provocan un sentir de otro planeta.

Lo deja dentro mío y luego toma mis cabellos y hace que me incorpore. Quedo de rodillas sobre la cama, mientras esa cosa hace que me retuerza de placer.

Frunzo el ceño al ver cómo me envuelve con el papel film.

Primero me ordenó dejar mis manos a cada lado de mi cuerpo, luego me envolvió desde el cuello hasta los muslos.

—Ponte de pie —me ordena y yo me miró pensando cómo hacerlo.

Por unos segundos pienso en la forma de no terminar de boca al suelo y arruinar el momento, mientras él me mira… ¿impaciente?

Es incómodo tratar de tener equilibrio postural cuando el film me tiene inmovilizada desde el cuello hasta unos 15 centímetros por encima de mis rodillas. Aun así, respiro hondo y decido actuar.

Mientras pongo todo el peso de mi cuerpo en mi pierna derecha intento con la otra ponerme de pie, pero eso es en vano.

Pienso de nuevo, evalúo todas las posibilidades y elijo arrastrarme como una serpiente.

Me las ingenio para quedar bocarriba y me giro hasta que mis piernas queden hacia afuera; él solo me observa con sus piernas abiertas, sus manos cargando el royo de film y expresión que no dice nada.

—Listo —digo agitada; no fue fácil y me habré tardado unos 10 o 20 minutos.

—Ya esperé demasiado —dijo en un tono molesto y se acerca a mí.

Veo que lleva su mano hacia atrás para buscar algo, luego lo eleva hacia mi altura y deja caer un rectángulo de seda negro. Sonrío nerviosa. No hay nada que me genere tanta ansiedad que no poder ver.

Sin decir nada me cubre los ojos y pierdo el sentido de la vista, dejándome completamente vulnerable.

—Voy a cogerte —dice de golpe y todo mi cuerpo dentro del plástico se estremece. Mi respiración se vuelve más agitada y la sensación de su cercanía y el no poder moverme me desespera. —aunque primero voy a divertirme con vos. Suplicarás por que permita que te liberes, sin embargo, me quedaré con tus ganas, tus gritos, con tus deseos, porque no lo harás.

Empezó a envolver el resto de mi cuerpo con ese film, cuando terminó en mis pies, no podía moverme, pero lejos de asustarme, el calor de mi piel, el fuego entre mis piernas, derretían el hielo dentro del consolador, dándome una sensación placentera indescriptible.

De repente comienzo a sentir como el film cubre mi cabeza, y me asusto.

—¿Qué haces? —pregunto y enseguida pasa su pulgar sobre mis labios, luego se pega a mi oreja y me susurra.

—Sh… disfruta —pasa su lengua por toda mi oreja y yo me estremezco.

Me cubre por completo a excepción de mis fosas nasales. «Para que no te asfixies» me dice y por primera vez lo escucho carcajear.

No puedo ver, no me puedo mover y pese a lo extraño de la situación, me gusta.

Siento el golpe en mis hombros y caigo hacia atrás sobre el colchón.

De manera brusca acomoda mis piernas y luego siento el peso de su cuerpo sobre el mío. Acomoda sus piernas a cada lado de mis caderas y me sorprendo al sentir cómo se arrastra hacia delante, deteniéndose en mi rostro.

—Abre la boca —me pide y frunzo el ceño ¿Enserio quiere que haga eso? ¿cómo pretende que lo haga?

Mientras me pierdo en mis pensamientos, él mete un dedo entre mis labios, por encima del film, e inmediatamente los separo al mismo tiempo que el plástico se rompe. Inhalo aire desesperada entre tanto usa dos dedos para abrir más el agujero.

—Ahora te la vas a tragar toda —advierte y antes de que pueda procesar sus palabras, su miembro entra completo en mi boca.

Me ahogo y empiezo a toser; él lo saca de inmediato.

Repite la acción un par de veces, mientras me hago agua dentro de este plástico.

Cuando se cansa de cogerme la boca y creo que va a liberarme, hace algo que debí haberme esperado: me cubre la boca con cinta.

Se desliza sobre mi hasta quedar a la altura de mis muslos.

—Veamos qué mojada estás para mí.

Escucharlo me hace temblar y no espero el momento en el que me quite la cosa que dejó en mi vagina y me entierre su miembro.

Estoy desesperada, necesito tenerlo dentro mío.

Como hizo en mi boca, rompió el plástico que cubre mi vagina y luego se quitó de encima.

Por varios minutos me mantuvo sobre la cama y sin tocarme. Me estaba muriendo por dentro, deseaba ser penetrada y esto es una tortura.

Cuando al fin siento que el colchón se hunde a mi lado, sé que se trata de él.

—Veamos hasta donde sos capaz de aguantar.

Escucho un sonido extraño, como cuando la tensión eléctrica está muy alta y te expones a que te de una descarga eléctrica fuerte.

Estoy asustada y lo peor es que no puedo decir nada. De momento a otro retira la cinta de mi boca y me hace una pregunta la cual no sé como responder.

—¿Y bien? ¿Tenes problemas cardíacos? Responde a mí pregunta, no me gusta esperar.

—E… no.

No dijo más.

No vuelve a ponerme la cinta y no se si preocuparme por ello.

—Si no sos capaz de tolerar lo que voy a hacerte, solo grita «ALTO» entonces sabré que debo detenerme. ¿Entendiste?

—Si. —hunde su dedo sobre mi clítoris y el dolor roza la excitación. Entiendo por qué lo hace y me retracto —Señor. Si, señor.

Rompe el plástico a la altura de mis pezones y retira la cadera con cierta dificultad, mientras lo hace no puedo evitar carcajearme y él se molesta haciéndomelo notar al pellizcar con mucha fuerza mi pezón izquierdo.

—No me hagas enojar —amenaza; yo no digo nada.

Sale de encima de mí y se ubica a un lado. No puedo ver lo que hace, pero siento como algo pegajoso se adhiere a mis pezones y luego, rompe un poco más el plástico de entre mis piernas para poder sacarme el consolador.

Lloriqueo porque se sentía tan bien, pero de inmediato coloca una pegatina sobre mi clítoris.

—¿Te gusta la electricidad? —me pregunta y antes de poder decir algo, el sonido que llamó mi atención se hace eco en la habitación y siento como pequeñas descargas eléctricas sensibilizan mis pezones y clítoris.

Mientras me sacudo de placer, pero lo detiene cada que se da cuenta que voy a llegar al clímax, toma mi cuello y ejerce mucha presión.

Me vuelvo loca.

Me fascina todo lo que me hace y necesito más.

Vuelvo a encenderlo.

Tiemblo, lo pone a máxima velocidad.

Él se posa en mi oreja y mientras gimo a gritos me motiva.

—Eso es, grita para mí. Grita que sos mí puta, que me perteneces. Yo soy tu dueño, tu amo. Soy quien hará con vos lo que desee, con quien desee ¿lo comprendes?

—SI… SI… —afirmo con seguridad entre tantos gritos y sensaciones que me llevan al cielo y me arrojan al infierno.

—Me pones duro… Señorita Cohen …, Señorita Cohen …, Señorita Cohen ¡SEÑORTIRA COHEN !

Abro mis ojos y me encuentro con el rostro rojo… ¿de furia? De Sebastián quien tiene sus manos en forma de puños sobre mi escritorio.

Me quedó unos segundos en mi posición para saber en qué circunstancia quede expuesta ante él.

Mis piernas están abiertas, mi respiración agitada, los tres botones de mi camisa desabrochados, dejando a la vista la unión de mis pechos y parte del encaje del corpiño.

Bajo la mirada hacia mis piernas. «¡Mierda!» me maldigo una y mil veces por la postura en la que me encuentro. Mis manos en la cara interna de mis muslos por debajo de la falda y una de ellas haciendo contacto con mi humedad.

—Discúlpeme —es lo único que puedo decir, luego acomodo mi falda y sin mirarlo siquiera, recojo la carpeta con el caso, arranco el pendrive de la computadora y huyo de la oficina.

Al pisar la calle, tomo una gran bocana de aire y tras soltarla me maldigo.

—¡Estúpida!

No sé con que cara voy a mirarlo mañana.

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