Sedúceme si puedes, Ceo

Capítulo 1 Uno

Estrujar el vaso de plástico rojo en mi mano izquierda se sintió malditamente bien.

Así inicia esta historia; una joven en plena fiesta universitaria observando como el chico que ama en secreto se besa acaloradamente con una morena de ojos azules y rizos alborotados que recaen sobre sus hombros delgados.

La apretuja contra la pared bajo las luces coloridas que impacta sobre sus disfraces de pirata y sirena. Mientras el resto baila, alocados, ellos mantienen la pasión de una forma que me destroza.

Mi visión se ve perjudicada debido a que estoy al borde de las lágrimas. Ese líquido que se acumula en tu ojo, molesto y silencioso. Ese es el que estoy a punto de soltar y dejar que caiga sobre mis mejillas. Son gotas gruesas, lo presiento. Lo sé. Soy testigo en cuanto una se resbala sobre mi puño cerrado que sostiene el vaso apretujado.

Miro a mi alrededor, obligándome a apartar la mirada de una escena semejante que lastima. Mi cerebro me grita que siga mirando para ver si encuentro algo malo en ello que me haga sentir mejor, pero lo callo a gritos internos.

Las personas bailan, se sacuden, enloquecen, borrachos, drogados. Nada importa. En la universidad te dan la libertad que tus padres no te daban. La universidad te abraza y te invita a tener ese liderazgo en tus decisiones y ya no puedes culpar a terceros.

No señor.

Dante la sigue besando y todavía trato de descubrir si se conocen desde antes o en aquella fiesta hubo una conexión tan grande que no pudieron evitar rozar sus lenguas mientras se ríen entre besos. La están pasando bien y eso me consume.

Su felicidad es mi miseria. No entiendo nada.

Pero él no me ha visto. Sé que no porque si me viera a la que estaría apretujando contra una pared sería a mí, no a ella.

Me dirijo a la cocina con pasos grandes, furiosa, mientras esquivo vasos de plásticos en el suelo, coqueteos inusuales de estudiantes de ambos sexos borrachos que quieren algo conmigo y una que otra persona besándose con otra de una forma que sólo en una habitación podría pasar.

Con la derrota en los hombros, llego al fregadero en busca de agua. Trato de salvar mi vaso machucado para beber de él y lo consigo. Por más que me incline sobre la bacha para no mojarme, no lo logro. Mi corsé se moja a la altura del escote.

Mascullo para mis adentros. Demonios, el agua está fría. Al punto de ponerme la piel de gallina en la zona afectada.

Una mano aparece de la nada frente a mis ojos ofreciéndome una servilleta blanca. Levanto la vista y los ojos café de Dante se clavan en los míos al igual que su media sonrisa que marca un hoyuelo de su mejilla.

De pronto olvido cómo se respira.

—No sea cosa que pesques un resfriado, Aria—suelta, en tono amigable, pero sé que está haciendo un gran esfuerzo para no mirarme los pechos que están siendo apretados por el corsé.

Trago saliva. Separo los labios para decir algo, pero nada sale de mi boca. Tomo la servilleta y asiento con una media sonrisa. Nerviosa. De pronto me siento una estúpida por no poder encontrar algo inteligente para decirle.

—Sabes que no soy una persona que se enferma con facilidad —le respondo, tensa, mientras me seco el escote con palmaditas.

—Sí, lo sé. Al ser mi amiga me veo obligado a saber de ti —se ríe y se apoya contra la mesada de la cocina. Se cruza de brazos y me observa —. No te vi llegar a la fiesta.

“Al ser mi amiga…” Dios. Que me tenga encasillada me lastima más.

—No, yo tampoco te he visto llegar —miento, tratando de no admitir por dentro que aquel disfraz de pirata le queda tan bien…

Tiene los primeros tres botones de su camisa blanca desabrochados, permitiéndome ver sus pectorales al descubierto. La comisura de sus labios se encuentra algo manchada por el labial rojo de la morena. Se quita el sombrero de pirata y lo deja sobre la mesada para acomodarse el cabello castaño oscuro precioso que tiene. Sus ojos se encuentran con los míos en el reflejo de la ventana extensa que da al patio trasero.

—¿Qué te pasa? —me sonríe tras darme un leve empujón en el hombro con su mano —¿Acaso no lograste emborracharte lo suficiente y te sientes frustrada por ello? La fiesta recién empieza, tranquila.

Lo miro un instante y apoyo mis manos sobre el borde de la bacha, inclinándome un poco. Dante baja la mirada hacia mis pechos y traga con fuerza. Aparta sus ojos dilatados rápidamente y saluda a alguien con un gesto de cabeza.

—La fiesta para mí ya empezó hace tiempo—le sonrío, picara —. Y creo que para ti también —señalo, mirando la comisura de sus labios manchados.

Levanto mi mano a la altura de sus labios y le limpio un poco aquel labial con la yema de mi dedo gordo con cierto resentimiento. Aquel gesto lo toma por sorpresa. Abre los ojos y arquea las cejas.

Me aparto al ver que he cruzado un poco la línea con mi coqueteo.

—Es que esa chica era muy guapa —se excusa, encogiéndose de hombros y sonriendo como si aún siguiera pensando en ella.

—Estás borracho —musito, meneando la cabeza y apartándome un poco —. Creo que deberías volver al campus, Dante.

—Sí —asiente con la cabeza, serio. Pero aquel gesto desaparece y se echa a reír para luego decirme —. Pero me iré con la morena. Deséame suerte Aria.

Otro golpecito de hombro y desaparece de mi vista sin antes regalarme un guiño de ojo mientras se frotaba las manos con cierta ansiedad.

Me ha dejado helada. No soy capaz de moverme. Ni siquiera puedo hacerlo. Me observo en el reflejo de la ventana, atónita.

¿Acaba de refregarme en la cara que tiene las intenciones de llevar a la cama a la morena? Cierro mi puño, sofocada y lo golpeo contra la mesada de mármol negro, furiosa. No puedo creerlo. Cierro los ojos, tratando de no echarme a llorar allí mismo.

Por todo lo divino, soy un fiasco.

Dante y yo fuimos compañeros de secundaria durante muchos años. Incluso en el último año de preparatoria.

Siempre hemos coincidido en diversas clases y solíamos hacer los trabajos escolares juntos. He conocido a sus padres y él ha conocido a los míos. Todo en plan de amigos, aunque nuestros grupos de amigos eran distinto, siempre coincidíamos. Y sí, toda la maldita época escolar he estado enamorada de él y nunca se ha enterado.

Llegué a la conclusión de que la vida no me quería en cuanto supe que habíamos sido aceptados en la misma Universidad Leonardo Da Vinci.

Creí que en cuanto pusiera un pie en la universidad me olvidaría de él por completo y encontraría a mi segundo amor de mi vida aquí. Pero no sabía que el primer amor de mi vida seria arrastrado conmigo quitándome esa posibilidad. Al principio, no conocíamos a nadie en aquel monstruoso edificio de miles y miles de aulas, así que, al ser conocidos, nos fue más fácil adaptarnos en nuestro primer año.

¿Por qué demonios no se ha fijado en mí? Siempre he estado allí para él.

Cada peinado seleccionado para un día de clases ha sido por él. Es decir, con la intención de que sí, me cruzaba por el pasillo, me viera. Lo mismo hacia con cualquier outfit que seleccionaba.

Siempre fue así durante años: ¿esta playera le gustara a Dante? ¿Este peinado me hará bonita para Dante?¡Dante, Dante, Dante!

Aunque me refugiaba en el concepto de que debía maquillarme y vestirme para mí, en el fondo sabía con exactitud que tenía la esperanza de que él me viera de una vez por todas y me invitara a salir.

Pero hace años que vengo esperando eso y nunca ha ocurrido. Y aquella noche comprendí que mi intento por enamorarlo había sido en vano durante años.

Uno espera que los ojos de esa persona te observen de una vez, pero el tiempo corre y no te espera. Y te quedas varado en el tiempo, esperándola y nada pasa.

Una parte de ti se rinde y la otra insiste con volver a intentarlo. Al fin y al cabo, la que ha tenido amor por los dos fui yo.

Dante tenía una personalidad carismática y compradora. Era simpático, amable y tenía un buen de chicas detrás de él. Y no porque sea la persona más guapa del mundo. Era atractivo para mis ojos, pero no para las chicas en general. Cuando digo que un buen de chicas iban detrás de él, era porque sabía cómo cortejarlas. Y lamentablemente he sido testigo de cada conquista suya gracias a su personalidad tan…tan ¡tan Dante!

Cabello castaño oscuro, ojos cafés y sonrisa pícara. Ese era Dante. Mi Dante.

Y una vez más todas mis esperanzas de tener algo con él aquella noche habían sido tiradas al suelo y pisoteadas por un grupo de elefantes saltarines.

Me siento en la mesada de la cocina mientras observo a los estudiantes jugar a quién bebe la mayor cantidad de tequila sobre la isla de la cocina. Un tequila, diez dólares. Tengo la tentación de unirme, pero estoy sola y sería un peligro estar borracha. Temía no llegar al campus.

Según el filósofo Descartes había que desconfiar de los sentidos y mis sentidos fallarían claramente si estaba borracha al borde de no llegar a reconocerme. Inteligente decisión aplicar una teoría filosófica en mi estado.

Puede ser un tema para mi tesis.

Pero, tenía tanto dolor en mi alma que no tardé en unirme al grupo de estudiantes que no paraban de repartir dinero a los ganadores ambiciosos que deseaban beber más con tal de llevarse un par de billetes a casa.

Oh no ¿acaso estaba sonando Hot N Cold de Katy Perry? Ay no.

¿Saben cuántas veces me imaginé un maldito casamiento fallido con Dante con esa canción?¡¿Acaso quieres que beba hasta morir Dios?! No tardo en ir hacia ellos luego de saltar de la mesada.

—La prostituta de la edad media se nos une, chicos—me recibe un cupido con una sonrisa de oreja a oreja de alitas pequeñas, pañal y torso desnudo con varios besos marcados en él.

—Y una de las finas —le sonrió mordaz luego de darle un guiño de ojo, coqueta. Desvió la vista hacia la isla al ver que me han deslizado un vaso pequeño en mi dirección —¿Quince dólares por beber uno? —le pregunto al grupo.

Todos asienten, ansiosos. Me encojo de hombros y no tardo en tomar el vasito de vidrio y llevarme el contenido a la boca de forma rápida. Al instante siento el ardor del tequila recorrerme la garganta. Y el público enloquece con gritos y aplausos. La oscuridad, el humo y las luces me marean un poco, pero puedo con esto.

Luego me acuerdo de Dante y me pongo peor. Seguro se está montando a la morena. Yo también me la montaría, si estaba buenísima.

—¡Mierda! —mascullo, apretando fuerte los ojos y dejando el vasito sobre las islas.

De pronto siento como un par de manos me meten un par de billetes en el escote, causando que abra los ojos de golpe. Pero qué demonios…

—¡Te lo mereces chica!—me felicita una chica de cabello rubio salpicado de brillitos, estatura baja y sonrisa pícara que está disfrazada de pony con un cuerno pegado en su frente y vestido colorido ajustado —¿En qué comisión estás?

Le devuelvo la sonrisa, bajando la guardia al ver que los billetes me los ha puesto ella.

—En la quince —le respondo a través del ruido, acercándome a su oído —¿Y tú?

—¡En la siete! —ambas vemos como otro vaso de tequila se desliza en nuestra dirección y nos miramos —¿Te lo bebes tú o yo? —me pregunta, riéndose.

—¡Adelante, bébelo tú…!

—¡Gabriela! —me dice su nombre y se lleva el chupito a los labios, todos aplaudimos como si hubiéramos ganado la copa mundial. Un chico le da sus billetes y ella los toma rápidamente para luego guardarlos en su diminuto bolso rosa —¡Dinero fácil, me encanta!

Entre chupitos y chupitos me encerré en un baño con un pirata que tenía la misma contextura física que Dante. Supongo que estaba tan obsesionada con tener algo con él aquella noche que no tardé en buscar a alguien idéntico para calmar mi angustia y mentirle a mi corazón un rato más.

El pirata excitado estaba sentado sobre la tapa del inodoro mientras yo jugueteaba subiendo y bajando con una lentitud torturadora con su miembro en mi interior. Sentada en su regazo, la música resonante hacia vibrar las paredes al igual que el suelo.

Me sostengo de sus hombros firmes, dándome el equilibrio mágico para que yo pueda gozar de su amigo erecto. Cierro los ojos, cubierta de sudor, echando la cabeza hacia atrás con mis labios separados. Es imposible no soltar un alarido inaudible con cada bajada. Es glorioso.

Siento que una de sus manos recorre mi cintura, la aprieta, eufórico. Tira de mi cola de caballo negra para dejar al descubierto mi cuello y tira de mi gargantilla de plata falsa con los dientes.

No veo a quién me estoy follando, no logro reconocerlo. Tampoco me interesa, sólo es el momento que me ayuda a escapar de lo horrible que se siente tener un corazón roto.

La siguiente imagen que recuerdo es la mía llegando al campus en plena madrugada. Aún no amanece y creo que el cielo no tiene intenciones de hacerlo. La fría noche me obliga a apresurar el paso y abrazarme a mi chaqueta de cuero negra. El cambio de aire se siente, al borde de dejarme algo estremecida. El vestido verde y largo tapa mis pies para que el frio no se cale en mis dedos desnudos que deja entrever mis zapatos de tacón.

Milagrosamente llego recordando el camino hacia mi habitación. El pasillo desolado me da algo de miedo, porque está a oscuras y sólo están prendidas los carteles fluorescentes de emergencia que indican las diferentes salidas. Cabe mencionar que la mayoría de los estudiantes se encuentra en la fiesta de una de las fraternidades más prestigiosas de la universidad.

Con una sonrisa triunfante me posiciono frente a la puerta de mi habitación y me dejo reposar sobre el marco de esta, aliviada. Muy bien hecho Aria, llegaste sana y salva.

Pero el vacío del pasillo traía consigo el silencio absoluto. Y ese silencio era tan inquietante que el sonido más mínimo podía atravesar mis oídos. Así fue.

Gemidos se escuchaban detrás de la puerta. La cama de madera chocaba contra la pared, parecía a punto de romperse.

Abrí los ojos de par en par, sintiendo mi pulso acelerado con cada embestida, con cada risa o comentario inaudible que no lograba descifrar. De pronto tengo el cuerpo frio mientras oigo como Dante se está follando a su conquista en nuestra habitación.

Cabe mencionar que Dante es mi compañero de cuarto.

Cabe mencionar que me deslicé hasta llegar al suelo con mi hermoso vestido planeado un mes completo, abracé mis piernas contra mi pecho y mis ojos, indescifrable por los diversos sentimientos, quedó observando algún punto muerto del frio pasillo.

Cabe mencionar que me puse de pie y abrí la puerta de nuestra maldita habitación sin importar con qué podría encontrarme, porque después de todo, mi ira era muchísimo más grande que mi dolor.

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