Capítulo 1 Renacimiento y divorcio
«Rachel, eres una maldita perra. ¡VETE AL INFIERNO AHORA!».
En la cama tamaño king, el rostro del hombre era una máscara de furia absoluta, y sus ojos negros estaban ardiendo de odio puro. Las venas sobresalían en su frente y sus brazos mientras seguía retorciendo el esbelto cuello de la mujer.
Esta última aún estaba medio dormida, pero podía sentir que algo andaba mal, dado que, ¡no podía respirar!
En ese momento, Rachel Bennet abrió los ojos de par en par, todavía algo atontada por el sueño. Entonces, sintió un par de manos en su cuello, las cuales la estaban asfixiando. Debido a ello, se sintió confundida y consumida por el miedo y el pánico.
Una vez que sus pulmones comenzaron a implorarle aire, su instinto de supervivencia se activó. De inmediato, se llevó las manos a la garganta, tratando de defenderse de su atacante.
Sin embargo, el hombre no se apartó ni un centímetro. En lugar de eso, él apretó el agarre en su cuello, haciendo que la cara de la mujer se pusiera de un rojo intenso, y su visión se nublara.
¡Bam!
De repente, la puerta se abrió de par en par y el mayordomo entró corriendo. Su rostro palideció ante la escena que se estaba desarrollando frente a él, pero no perdió un segundo. Se apresuró a acercarse a la cama y agarró el brazo del hombre, gritando: «¡Señor Sullivan! ¡Señor Sullivan! ¡Por favor, suéltela ahora! ¡La está matando!».
«¡Ella merece morir!», exclamó el hombre, quien tenía una mirada desquiciada en sus ojos y apretaba los dientes con odio.
El mayordomo sabía muy bien que él no era capaz de detener al hombre físicamente, así que se arrodilló junto a la cama y comenzó a rogar por la vida de Rachel. «Señor Sullivan, ¡por favor! Si realmente la mata, su abuela se revolcará en su tumba. ¡Ella no podrá descansar nunca en paz!».
¿Abuela?
Al escuchar las palabras del mayordomo, Victor Sullivan finalmente aflojó un poco su agarre.
Así, Rachel aprovechó la oportunidad para escapar de sus manos, y se alejó arrastrándose rápidamente. Su espalda golpeó con fuerza contra la cabecera y se quedó allí acurrucada, mirando a Victor con los ojos muy abiertos y temerosos.
El mayordomo tomó el cambio de actitud del hombre como una señal para seguir persuadiéndolo, así que le dijo: «Señor Sullivan, ¡debe tener paciencia! Hoy su divorcio finalmente se hará oficial, ¡por lo que nunca tendrá que volver a verla! Pero por ahora, perdone su vida por el bien de su madre, ya que fue ella quien salvó a su abuela en una oportunidad, ¿lo recuerda? ¡Por favor, debe tranquilizarse!».
Victor pareció ver la razón que tenían las palabras de su mayordomo, pues de inmediato se levantó de la cama y se puso el pijama en silencio. Apenas terminó de hacerlo, se dio la vuelta y habló, con una voz tan fría como el hielo.
«Le diré a Ivan que traiga los papeles del divorcio hasta aquí. Fírmalos, y después de eso, lárgate. No quiero volver a ver tu cara nunca más en mi vida».
Así, con una última mirada llena de odio, salió de la habitación, seguido por el mayordomo.
Al instante, la puerta se cerró de golpe detrás de él, y el sonido lastimó los oídos de Rachel. Ella se cubrió con las sábanas, todavía en completo estado de impacto. Su rostro se encontraba mortalmente pálido, y su corazón latía con mucha fuerza en su pecho.
Entonces, bajó la cabeza y miró su cuerpo. De esa manera, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y moretones oscuros estropeaban su piel, la cual solía ser impecable.
La adrenalina que corría por sus venas había logrado mitigar el dolor hasta ese momento, pero cuando ya lo peor había pasado, Rachel sintió que le dolía todo el cuerpo. Tenía heridas por todas partes.
Ella no pudo encontrar ninguna ropa de mujer en el armario. Este contenía tan solo camisas de hombre y trajes negros.
Sin pensarlo más, ella tomó una camisa, junto con un par de pantalones de traje y se los puso. Los pantalones eran, en realidad, ridículamente grandes para ella, y se arrastraban por el piso.
Además de todo el malestar que ya tenía, podía sentir que se avecinaba un terrible dolor de cabeza. Luego, gimiendo, caminó hacia el sofá y se sentó. Una vez allí, inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. De inmediato, recuerdos que no le pertenecían comenzaron a inundar sus sentidos.
Unos segundos después, abrió los ojos de nuevo. Aquellos recuerdos le pertenecían a la antigua dueña de ese cuerpo, la mujer llamada Rachel. Después de ordenar las cosas en su mente, en completo silencio, finalmente llegó a dos conclusiones.
La primera era que había renacido, de Shelia Davis a Rachel Bennet.
Y la segunda fue quien había habitado ese cuerpo antes de ella era una chica cobarde que estaba locamente enamorada de Victor. Su madre se había enfermado y muerto algún tiempo atrás, y su padre no era más que un patético imbécil.
De repente, se escuchó un golpe en la puerta.
El sonido logró sacar a Rachel de su ensimismamiento. Entonces, una voz fría resonó del otro lado de la puerta. «¿Puedo pasar?», preguntó él.
Rápidamente, ella se subió la parte inferior de los pantalones y se apresuró a abrir la puerta. Allí se encontraba un hombre alto con una expresión indiferente, sosteniendo una pila de papeles en la mano.
‘Ivan’. Rachel buscó en sus recuerdos lo más rápido que pudo y recuperó el nombre del hombre.
Con rostro totalmente inexpresivo, Ivan Chavez le entregó los documentos y un bolígrafo, al tiempo que le decía: «El señor Sullivan me pidió que me quede con usted hasta que se vaya, lo cual debe ser tan pronto como firme los papeles del divorcio».
Tras ello, la mujer miró los documentos y recordó lo que el mayordomo había dicho antes. Ese día era el segundo aniversario de boda de Victor y Rachel, pero también sería el final de su matrimonio.
¿De verdad se había preparado el acuerdo de divorcio en menos de una hora? Se podía notar que Victor realmente debía de odiar a Rachel.
Al instante, ella tomó el acuerdo y comenzó a pasar las páginas, firmando «Rachel Bennet», de manera decidida, donde era necesario. Así, terminó en menos de treinta segundos.
«Ya está listo», dijo ella, mientras le devolvía los papeles al hombre y hacía clic con el bolígrafo.
Ante eso, Ivan la miró completamente asombrado, con las cejas levantadas. La verdad era que él no esperaba que fuera tan fácil. Cuando Victor le pidió que le llevara el acuerdo, le había dicho que Rachel no quería firmarlo, por lo que quizás él podría tener que usar la fuerza.
«¿Acaso no quiere leerlo primero?», cuestionó el hombre, todavía sin estirar la mano para tomar los papeles.
Al escucharlo, Rachel levantó las cejas y respondió rotundamente: «No».
«¿Realmente no tiene curiosidad acerca de lo que está sacando de este divorcio?», preguntó él, con el ceño fruncido, luciendo cada vez más confundido.
Debido a esas palabras, la mujer levantó las cejas mientras se subía los pantalones. Luego, le dedicó una sonrisa a Ivan. «En realidad, no hay necesidad de leerlo. Sé muy bien que tan solo hay dos resultados posibles. Uno es que me encuentro sumergida en un montón de deudas y quebraré pronto, y el otro es que tengo que dejar este matrimonio sin un solo centavo. Estoy bastante segura de que Victor reunió a un equipo de abogados excepcionales para trabajar en la mejor opción para él», declaró ella.
Al escuchar eso, los ojos de Ivan se oscurecieron. De inmediato, tomó los papeles del divorcio y dijo: «Lo único que el señor Sullivan quiere es que usted se vaya sin obtener ninguno de sus activos».
«Bueno, asegúrate bien de darle las gracias en mi nombre», replicó ella, pues realmente le importaba una mierda. Era la antigua ocupante de ese cuerpo quien amaba a Victor, no ella. A ella ni siquiera le importaba si ese hombre vivía o moría.
Lo cierto era que no quería a un hombre violento como él por esposo. Un hombre que sería capaz de estrangular a su propia esposa hasta la muerte. En ese momento, ella tenía otra oportunidad de vivir y su única intención era aprovecharla al máximo.
Tras escuchar esas últimas palabras, los ojos de Ivan se posaron en el cuello de Rachel.
«¿Quiere que llame a un médico para usted?», indagó él.
La mujer estuvo perdida por un momento con esa pregunta. Luego, recordó los moretones que tenía alrededor de su cuello y levantó la mano para tocarlos. De esa manera, la sensación de asfixia volvió a ella y tuvo que sacudir la cabeza para deshacerse de eso.
«No, no, gracias. Estoy perfectamente bien. No es nada tan grave», respondió ella, encogiéndose de hombros.
«Entonces, por favor, vaya a empacar sus cosas», indicó el hombre, y su tono volvió a la normalidad: frío y serio.
Al instante, ella asintió y salió de la habitación de Victor descalza, todavía subiéndose los pantalones. Pero tenía un largo camino por recorrer para llegar a su propio dormitorio. Victor odiaba tanto a Rachel que ni siquiera quería tropezarse con ella en el pasillo en ningún momento, así que su habitación estaba al otro lado de la enorme casa.
Debido a ello, le tomó minutos llegar al lugar.
Su dormitorio había sido originalmente un trastero, pero poco después de la boda, Rachel se mudó allí. Al llegar, empujó la puerta para abrirla y caminó ágilmente a través de la estrecha entrada.
La habitación era realmente bastante pequeña. Todo lo que contenía era una cama y un tocador, los muebles estaban tan juntos que casi no había espacio para caminar.
La verdad era que ella no tenía mucho que empacar. A excepción de sus cosméticos esparcidos por todo el tocador y algunas prendas, no tenía mucho más. Rápidamente, la mujer se cambió de ropa y metió el resto de sus cosas en una maleta.
«Está bien, ya tengo todo empacado. Me voy ahora mismo. ¡Espero no tener que volver a verte, Ivan! ¡Adiós!», sentenció Rachel con una voz totalmente fría y despreocupada, mientras arrastraba su maleta por el pasillo.
«Rachel, ¿adónde crees que vas?». De repente, las puertas del ascensor se abrieron, revelando a una mujer que estaba vestida con un traje de negocios. Sus tacones altos resonaron en el piso de mármol. El sonido era bastante nítido y seco, coincidiendo perfectamente con su aguda voz.