Capítulo 1 Una princesa en problemas
PDV Jennifer:
«¡Jennifer, zorra! ¿Dónde está mi collar de perlas?», gritó Barbara desde fuera de mi habitación.
Me sorprendí tanto al escuchar su voz, que guardé el collar de perlas en la caja de madera a toda prisa, y luego la escondí debajo de la almohada.
Apenas me había levantado de la cama cuando abrieron la puerta de una patada. Ella entró a toda prisa junto a un grupo de hombres lobo, seguida por Luna Debra, cuyo rostro estaba cubierto con una gruesa capa de maquillaje, que desafortunadamente, no podía ocultar las arrugas que tenía en las esquinas de los ojos.
Estas dos mujeres siempre se vestían de manera extravagante, como si quisieran hacer alarde de todas las joyas que poseían en un solo atuendo.
«Luna Debra, señorita Barbara, ¿qué puedo hacer por ustedes?», pregunté cortésmente, saludándolas como de costumbre con una sonrisa amistosa en el rostro.
«Jennifer, ¿dónde está el collar de perlas que suelo usar?», gruñó la más joven de las dos mujeres, a la vez que agarraba mi cuello y me miraba con furia. «¡Zorra! Siempre has sido una ladronzuela. Tú eres quien limpia mi habitación. ¿Dónde pusiste mi collar de perlas favorito? Lo he buscado por todos lados y no lo encuentro. Tú lo robaste, ¿verdad?».
«Señorita Barbara, no he sacado nada de su habitación. No puede acusarme sin pruebas», respondí pacientemente en un tono que no era ni humilde ni agresivo.
«¡Zorra desvergonzada! ¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Quieres pruebas? ¡Pues vamos a encontrarlas ahora mismo!», espetó la malvada mujer y me empujó hacia atrás. Luego, se volvió hacia los hombres lobo que la acompañaban y les ordenó que registraran mi habitación.
Mi pequeño y viejo cuarto de pronto estaba patas arriba. Arrojaron al suelo la vieja colcha que estaba encima de la cama, y luego patearon la pequeña mesa de madera y el taburete de forma estrepitosa. Lo que era peor, tuve que ver a Barbara caminar sobre mi edredón con sus caros zapatos de tacón alto sin poder hacer nada para impedirlo. Incluso recogió la tetera medio vacía que se había caído al suelo y vertió toda el agua sobre este. Era como si estuviera aprovechando la oportunidad para desahogar toda su ira.
Traté de mantener mi rostro inexpresivo mientras observaba cómo los rufianes convertían mi alcoba en un desastre, pero el resentimiento se apoderó de mi corazón y se reflejó en mis ojos.
«¿Cómo te atreves a mirarme de esa manera? ¡Ya verás lo que te pasará cuando encuentre el collar!», gritó ella, clavando sus talones aún más fuerte en mi edredón.
Apreté los puños para reprimir la ira y la ignoré por completo; sin embargo, al pasar unos segundos, vi que los hombres lobo continuaban arrojando todas mis pertenencias al suelo y no pude mantenerme callada por más tiempo. «¡Deténganse! No he robado nada. ¿Por qué están haciendo esto?», grité.
«¿Por qué? Pues la respuesta es muy sencilla. ¡Soy la hija del Beta, mientras que tú solo eres una esclava, un pedazo de basura que dejaron abandonada!», se burló de mí.
«No es noble en absoluto. Es solo una huérfana que fue adoptada por la Luna», respondí con fiereza.
Antes de que los padres de Barbara murieran, eran amigos cercanos de Luna Debra. Esa era la razón por la que la pareja del Alfa la había acogido, pero en términos de linaje, yo era mucho más noble que ella. Realmente yo no sabía qué había hecho para ofenderla. Desde el principio, yo siempre le había desagradado y me causó problemas tanto en público como en privado.
En ese momento, una loba volcó mi almohada y la pequeña caja de madera cayó al suelo.
«¡No!», exclamé y corrí al instante para tomarla antes que ellos, pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, la protegida de la Luna de la manada me pisó el dorso de la mano. Su talón se clavó en mi piel hasta que la sangre comenzó a brotar. No pude menos que hacer una mueca por el dolor agudo que sentí en ese momento.
«Zorra, ¿cuál es la prisa? ¿Por qué te importa tanto esta caja destartalada? Debes estar escondiendo algo en ella», se burló Barbara.
Una loba recogió el pequeño cofre y se lo entregó. Cuando la malévola mujer lo abrió, descubrió el collar de perlas que estaba dentro.
Intenté levantarme, pero ella clavó su talón más fuerte en el dorso de mi mano y me inmovilizó.
Tenía miedo de lastimarme aún más si me levantaba abruptamente. El dolor físico era demasiado intenso para soportarlo, pero no se podía comparar con la profunda pena que sentía en mi corazón.
«¡Luna Debra, mira!», gritó la chica, quien tomó la valiosa joya y la agitó triunfalmente frente a la pareja del Alfa. «¡Te dije que esa zorra me había robado el collar! Ella simplemente se negó a admitirlo. ¿Cómo puede una esclava como ella tener una prenda tan cara?», espetó, mirándome con desdén.
Al observar el collar, Luna Debra frunció el ceño y asintió con la cabeza.
«Le ofrecimos un techo para vivir, ¡pero ella nos robó! ¿Cómo se atreve? Debe ser castigada severamente», continuó Barbara, tratando de que su protectora se enfadara aún más.
«¡Ese collar es mío! Señorita Barbara, mírelo con atención. Este no es igual al suyo», discutí, mordiéndome el labio inferior.
«Aunque no me pertenezca, tampoco puede ser tuyo y como perdiste el que estaba en mi habitación, tomaré este como compensación». La cruel chica apretó el collar que tenía en la mano, me dio una patada en el pecho y luego tiró la caja de madera al suelo.
«¡Luna Debra, por favor, haga algo! Barbara no está siendo razonable», supliqué, volviéndome hacia la mujer loba más importante de la manada, quien era mi último rayo de esperanza.
Sin embargo, esta lanzó una mirada de desprecio. «Si perdiste el collar de Barbara, ¿no deberías compensarla? Deberías sentirte agradecida de que ella no te haga responder por esto», dijo burlonamente.
Apreté los dientes con ira. Sabía que no había nada que pudiera hacer contra estas dos perversas mujeres, así que no tuve más remedio que tragarme el insulto y la humillación. Solo de pensar que la desalmada joven me estaba arrebatando el collar que me había dejado mi difunta madre, casi perdí el control. Realmente deseaba poder destrozar los rostros de ellas y darles de su propia medicina.
«Luna Debra, vámonos. La habitación de esta perra está tan sucia que no es digna de tu presencia». La petulante joven tomó a Luna Debra del brazo y se marchó con un aire de arrogancia, escoltada por los hombres lobo.
«Zorra, no tendrás comida durante todo el día de mañana. Eso es lo que te mereces por fastidiarme», agregó antes de irse.
El día siguiente era mi decimoctavo cumpleaños, pero resultó que me iba a morir de hambre todo el día. El odio hirvió en mi corazón mientras miraba cómo mis enemigas se alejaban. ‘¡Un día, les haré pagar por todo lo que me han hecho!’. Me juré a mí misma en ese instante.
Durante un largo rato, me senté en el suelo con las rodillas pegadas al pecho, balanceándome hacia adelante y hacia atrás en la oscura y desordenada habitación. Una fría brisa entraba de vez en cuando a través de la ventana rota, lo que me hacía temblar de pies a cabeza. Aún no había llegado el invierno, pero ya se sentía un clima gélido. Apretando mi viejo delantal alrededor de mi cuerpo, finalmente me puse de pie, caminé hacia la puerta y al cerrarla, la madera astillada crujió.
Luego, me di la vuelta, recogí la caja de madera que estaba en el suelo y limpié el polvo con mi delantal. Las lágrimas finalmente corrieron por mis mejillas.
Ese collar de perlas me lo había dejado mi madre, quien había muerto hacía años. Siempre que la echaba de menos, lo miraba y recordaba los tiempos que pasaba con ella.
De hecho, no nací para ser esclava. Mi padre, Lewis Smith, y mi madre, Doris Smith, eran el Alfa y la Luna de la manada del Arcoíris. También tenía un hermano mayor, Jerome Smith. Mi familia siempre me protegió, así que mi infancia fue muy feliz.
Pero cuando tenía siete años, mi madre murió, luego de una repentina enfermedad. Se decía que las cosas malas nunca venían solas. Poco tiempo después, Beta Arthur y algunos otros traidores se rebelaron contra mi padre y lo mataron. Mi hermano mayor me sacó de la manada para mantenerme a salvo, pero los dos nos perdimos durante nuestra fuga.
Después de vagar por mi cuenta por un tiempo, me uní a la manada del Río Oscuro. Por supuesto, no me atreví a revelarles mi verdadera identidad. A partir de entonces, me encargué de lavar la ropa y cocinar todos los días, convirtiéndome en una esclava de esta manada.
Más tarde, escuché que Beta Arthur había llegado a ser el Alfa de la manada del Arcoíris. ¿Cómo podría un traidor convertirse en Alfa? ¡Era ridículo!
Cargué en silencio con todos los males y desgracias que había sufrido en mi corazón, incluida la traición de Beta Arthur, la injusta muerte de mi padre, la desaparición de mi hermano y la forma en que fui insultada y maltratada a diario en la manada del Río Oscuro. Mi mayor deseo era volverme cada vez más fuerte para un día poder saborear mi venganza.